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Aztec Rebels: La travesía de un club de motociclistas Latinos encontrando un hogar en el Bronx

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Aztec Rebels: La travesía de un club de motociclistas Latinos encontrando un hogar en el Bronx

Jossiel Estefes, apodado Onex, se encuentra junto a su motocicleta en una estación de gasolina en Connecticut, durante un paseo el 17 de marzo de 2024.

Mayolo López Gutiérrez


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“Mira lo que construiste, comenzamos con cuatro cabrones y ahora mira esto”, dijo Sergio García, el Sargento de Armas, a Andrés Lucero, señalando la fiesta llena de gente, con niños corriendo por todas partes y mujeres charlando en una de las mesas.

Andrés no respondió, pero sus ojos lo decían todo: el orgullo de ver su sueño hecho realidad, rodeado de amigos que se habían convertido en familia.

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Era la cena de Thanksgiving, la celebración Acción de Gracias en el sur del Bronx en Nueva York. Los hombres traían puestos chalecos de cuero, emblemáticos del club Aztec Rebels, con los ojos puestos en la reunión.

Andrés Morales, fundador y ex presidente del club, se encuentra junto a los miembros del club durante su fiesta de Acción de Gracias en el South Bronx.

Andrés Morales, fundador y ex presidente del club, posa junto a los miembros del club durante la fiesta de Acción de Gracias celebrada en el sur del Bronx.

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The Aztec Rebels start their motors before departing on a night ride to a restaurant in the Bronx.g

Los Aztec Rebels encienden sus motores antes de emprender un paseo nocturno en el Bronx.

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Sergio García, conocido como "Toluco," bromea con su hijo afuera de "Mama Puebla," un restaurante mexicano en el Bronx, propiedad de uno de los Aztec Rebels.

Sergio García, conocido como Toluco”, bromea con su hijo frente a “Mamá Puebla”, un restaurante mexicano en el Bronx propiedad de uno de los Aztec Rebels.

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Cuando Andrés se quitó el gorro, su tatuaje de águila calva brilló bajo las luces tenues. Andrés bajó los escalones con la seguridad de una estrella de cine de la época dorada de Hollywood, caminando con paso firme hacia la reunión, sin apartar la mirada del lugar que tanto había trabajado para construir.

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Jossiel Estefes and her daughter pose for a portrait during a Thanksgiving party in the Bronx. He recently became an official in the club

Jossiel Estefes y su hija posan para un retrato durante la cena de Acción de Gracias de los Aztec Rebels en el sur del Bronx.

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Andrés fundó los Aztec Rebels junto a Eddie después de aprender sobre la cultura y las dinámicas de un club de motociclistas del Bronx llamado The Roadrunners. Juntos soñaron con crear un espacio donde pudieran escuchar su propia música, hablar su idioma y sentirse comprendidos.

– “Comencé a pasar tiempo con los Roadrunners cuando tenía 19 años. Eddie tenía 12 y me acompañaba a todos lados. Mi hermano creció en ese club. Siempre ha vivido la vida de un motociclista, así que, de alguna manera, aprendimos qué era un club de motociclistas. Por eso pudimos fundar nuestro propio club, basado en lo que realmente es un club,” dijo Eddie.

El club nació oficialmente en 2016, con solo cinco miembros fundadores. Después de decidir que el marrón sería su color distintivo y diseñar el emblema del águila azteca, los Aztec Rebels MC se expandieron rápidamente, alcanzando más de 20 miembros activos y cinco prospectos provenientes de todos los condados de Nueva York. La mayoría de ellos vive en el Bronx y Staten Island– La Isla, como la llaman con cariño.

Los Aztec Rebels bailan cumbia con sus seres queridos durante la fiesta de Acción de Gracias.

Los Aztec Rebels bailan cumbia con sus seres queridos durante la fiesta de Acción de Gracias en el South Bronx.

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Los niños duermen durante la cena de Thanksgiving de los Aztec Rebels en el South Bronx.

Los niños descansan durante la cena de Acción de Gracias de los Aztec Rebels en el sur del Bronx.

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Cada miembro pasa por un proceso de iniciación que a veces dura años. Comienza con una invitación, luego se convierten en prospectos, y a través de un padrino, aprenden las reglas del club antes de recibir los tres parches distintivos en su chaleco.

Un volante del club dice: “Aceptamos todas las nacionalidades. No necesitas una motocicleta para entrar, pero esperamos que eventualmente consigas una”. A pesar de ser un club diverso, la mayoría de los Aztec Rebels son mexicanos, aunque entre ellos hay también algunos ecuatorianos y un hondureño.

Sergio García, conocido como Toluco, el Sargento de Armas de los Aztec Rebels, fuma su cigarro durante una fiesta de Acción de Gracias.

Sergio García, conocido como Toluco, el Sargento de Armas de los Aztec Rebels, fuma un cigarro mientras disfruta de la fiesta de Acción de Gracias.

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Cada uno de ellos tiene una historia única y una conexión distinta con México.

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– “Para mí, el viaje hasta aquí fue más un juego, una aventura a través del desierto”, dijo Andrés Lucero, al recordar su travesía migratoria.

“Llegué en el ’86 y siempre he estado buscando la oportunidad de mejorar mi situación, incluso cuando era niño. Tenía 12 años, y para mí era algo normal. No veía el peligro en ese entonces, pero si tuviera que hacerlo de nuevo, tendría mucho miedo, porque he escuchado muchas historias de terror de los migrantes recientes”. Sus padres llegaron cinco años antes, desde Piaxtla, un pueblo de 15,000 habitantes en las montañas de Puebla. Empezaron una fábrica de telas en el norte de Manhattan y se establecieron en un apartamento en Southern Boulevard, en el Bronx.

Los niños rompen una piñata durante una fiesta de cumpleaños en Staten Island el 24 de mayo de 2024.

Los niños rompen una piñata durante una fiesta de cumpleaños en Staten Island, el 24 de mayo de 2024.

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Los hijos de los Aztec Rebels saltan para recoger los dulces que cayeron después de romper una piñata.

Los hijos de los Aztec Rebels saltan al unísono para recoger los dulces que cayeron tras romper una piñata.

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Alfredo Ramírez, conocido como "Mad Max," recibe un pastel de cumpleaños durante una fiesta en Staten Island.

Alfredo Ramírez, conocido como “Mad Max”, recibe un pastel de cumpleaños durante una fiesta celebrada en Staten Island.

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“Vengo de un pueblo — nunca fui de la ciudad — así que fue un cambio muy drástico llegar aquí y ver a tanta gente. Especialmente en esa época — el Bronx estaba en medio de la pandemia de drogas: crack”, recordó Andres. En los años 80, el South Bronx aún llevaba las cicatrices de los incendios que arrasaron barrios enteros durante la década anterior.

“Había muchos edificios quemados. Parecía una zona de guerra. Había mucha gente consumiendo drogas en las calles. Sin embargo, me adapté rápido. Al final, no me asustaba; simplemente tenía que acostumbrarme a todo. Después de un par de años, era normal ver lo que estaba pasando”.

La inmigración mexicana a los Estados Unidos tiene una larga historia, remontándose a principios del siglo XX, cuando trabajadores agrícolas indocumentados viajaban para laborar en los campos de California. En la década de 1940, el programa Bracero formalizó el empleo de muchos de estos trabajadores, necesarios para suplir la demanda de mano de obra masculina durante la Segunda Guerra Mundial.

A lo largo del siglo, la práctica de jóvenes mexicanos migrando para trabajar en los Estados Unidos se volvió cada vez más común.

Andrés Lucero posa para un retrato junto a su Volkswagen Beetle el 21 de agosto de 2024.

Andrés Lucero posa para un retrato junto a su Volkswagen Beetle, el 21 de agosto de 2024.

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En 1980, había 39,000 personas de origen mexicano en el estado de Nueva York, y 10 años después, el censo registró un aumento anual del 8.8%. Muchos mexicanos encontraron un hogar y, junto con ello, crearon comunidades que les brindaron seguridad y pertenencia.

En 2020, Andrés entregó la presidencia del club a su hermano Eddie y pasó a gestionar una tienda de abarrotes en la Tercera Avenida, que también funciona como su estudio de tatuajes. La parte trasera del local está decorada con una Virgen de Guadalupe pintada en graffiti negro. Su hogar sigue siendo el edificio de apartamentos en el que se establecieron sus padres en los años 80.

X, conocido como Blank, el tesorero del club, se refleja en el espejo de una motocicleta antes de un paseo a Long Island el 25 de febrero de 2024.

Christian Pérez, tesorero del club, se refleja en el espejo de una motocicleta antes de un paseo a Long Island, el 25 de febrero de 2024.

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Algunos de los Aztec Rebels miran hacia un lago en Long Island durante un paseo.

Algunos de los Aztec Rebels contemplan en silencio el paisaje frente a un lago en Long Island durante un paseo.

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Eddie, el presidente, es una figura imponente, con una postura casi militar, fruto de su formación en seguridad privada y su vida dentro del club. Junto con cinco oficiales a su mando, mantiene a los Aztecs en movimiento. A pesar de su seriedad, Eddie también es un hombre de familia. Es padre de gemelos adolescentes que, cuando no están jugando al fútbol con el F.C. Harlem, pasan tiempo con el club.

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– “La gente siempre busca una familia, y por eso, a veces, se meten en pandillas. Nosotros queremos ser ese lugar donde los mexicanos puedan venir, estar en un ambiente seguro, sin violencia, pero con una familia”, dijo Eddie.

En casa, como parte de un tipo de entrenamiento, Eddie les cuenta a sus hijos sobre las decisiones difíciles que a veces debe tomar como presidente y les pregunta qué harían ellos. Así, les explica y les transmite el valor más importante del club: el valor de la familia. También es el más amigable del grupo cuando juega con los hijos de otros miembros. Eddie es querido y respetado por todos.

Los motociclistas cargan con muchos estigmas y estereotipos de machismo y misoginia, a veces respaldados por tradiciones arraigadas y prácticas cuestionables. Para ilustrarlo, en la mayoría de los clubes de motociclistas, las esposas y novias del grupo usan chalecos que dicen “Propiedad de X M.C”. Como presidente, Eddie rompió con esa tradición al escribir “Protegido por Aztec Rebels M.C.” en los chalecos de las mujeres.

Dentro de las reuniones de los Aztecs es necesario ver más allá de los chalecos y los estereotipos que rodean la cultura de las motocicletas. Aunque puedan parecer rudos por fuera, los hombres que forman esta comunidad son hombres de familia responsables, que también pueden ser cariñosos y gentiles con sus hijos. El club también proporciona una familia a aquellos hombres que, en algunos casos, dejaron atrás a sus familias y comenzaron una vida completamente por su cuenta en los Estados Unidos.

Cristopher Chacón, conocido como "Diablo," posa para un retrato durante un paseo a Long Island.

Diablo, posa para un retrato durante un paseo a Long Island.

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A sus 19 años, “Diablo” es el miembro más joven de los Aztecs. “Diablo” pidió que no utilizáramos su nombre completo debido a su estatus migratorio. La mayoría de los miembros ni siquiera saben su nombre real; lo llaman por el apodo que se ganó debido a su amor por la velocidad.

“Entré directo a la escuela secundaria y tuve muchas peleas. La gente trató de intimidarme porque no hablaba inglés, así que me defendí, y solo entonces los otros paisas me respetaron y empezaron a pasar tiempo conmigo”, recordó “Diablo”.

“Diablo” se destaca de los otros Aztecs por su figura delgada y juventud. Pero es uno más cuando se trata de peleas amistosas y la constante charla de chicos.

**”Mi madre me decía que las peleas en la secundaria no eran irrelevantes, pero significaban cuchillos y armas. Todos mis amigos iban a la misma escuela secundaria, pero yo no les dije y fui a una diferente. La mayoría de ellos ahora están en pandillas y algunos ya no están”, dijo mientras pasaba el rato al lado de un camión de comida que vende birria y tacos en una carretera de Connecticut.

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Andrés Lucero, fundador y ex presidente del club, dibuja el contorno del logo del club en la pared de su primer club en Hunts Point el 26 de mayo de 2024.

Andrés Lucero, fundador y ex presidente del club, dibuja el contorno del logo del club en la pared de su primer club en Hunts Point, el 26 de mayo de 2024.

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Miembros de los Aztec Rebels juegan al billar en su recién inaugurado club.

Miembros de los Aztec Rebels juégan al billar en su recién inaugurado club.

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Christian Perez holds his newborn at the Aztec Rebels recently opened clubhouse in Hunts Point, in the Bronx.

Christian Pérez sostiene a su bebe en la casa club recientemente inaugurada de los Aztec Rebels.

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Desde su fundación, en 2016, los Rebels se han reunido en sus apartamentos, garajes y sótanos, desde Yonkers hasta Staten Island– la isla.

A medida que sus números aumentaron, los oficiales al mando empezaron a buscar lugares potenciales para alquilar, principalmente en el sur del Bronx. Visitaron más de 20 lotes que podían usar, pero siempre fueron rechazados.

Este año, finalmente encontraron un lugar en una calle remota junto al mercado de Hunts Point – marketa –, como se le conoce entre la comunidad latina, en el Bronx.

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Eddie Lucero, presidente del club, posa para un retrato con sus gemelos, Eddie y Ethan, durante una búsqueda de huevos de Pascua en Randall's Island para los Aztec Rebels y sus familias.

Eddie Lucero, presidente del club, posa para un retrato junto a sus gemelos, Eddie y Ethan, durante una búsqueda de huevos de Pascua en Randall’s Island, organizada para los Aztec Rebels y sus familias.

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Para celebrar su nuevo hogar, Eddie convocó a una reunión de emergencia en el nuevo lugar sin revelar la sorpresa. Todos los hombres respondieron al llamado. Llegaron pensando que su presidente estaba en peligro. Subieron las escaleras sin quitarse los cascos, listos para cualquier cosa. Y ahí estaba Eddie: “Bienvenidos a su nueva casa”.

En las siguientes semanas, remodelaron el espacio con sus propias manos. La mayoría había trabajado en construcción, por lo que no fue difícil para ellos. Añadieron una clásica mesa de billar y futbolito, y un televisor, donde vieron la final de la liga mexicana de fútbol entre el Club América y Cruz Azul.

– “Hay una manera diferente de hacer las cosas. No tienes que seguir un camino recto. Rompimos el molde siendo motociclistas mexicanos en Nueva York. Puedes ser íntegro y ser un hombre de familia. Y puedes ser más que solo un motociclista. Puedes ser un líder en tu comunidad y ayudar a todos siendo parte de algo grande,” concluyó Eddie.

Sergio Garcia "Toluco" and Carlos Villatoro look at the skyline from the rooftop of the Aztec Rebels recently opened clubhouse in Hunts Point, in the Bronx.

Sergio Garcia y Carlos Villatoro observan el horizonte desde la azotea de la recién inaugurada sede de los Aztec Rebels en Hunts Point, Bronx.

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Los Aztec Rebels se encuentran frente a su recién inaugurado club en el vecindario de Hunts Point en el Bronx, el 26 de mayo de 2024.

Los Aztec Rebels se encuentran frente a su recién inaugurado club en el vecindario de Hunts Point en el Bronx, el 26 de mayo de 2024.

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Marcas de derrape dejadas en un estacionamiento durante un paseo a Long Island.

Marcas de derrape quedan estampadas en el pavimento de un estacionamiento durante un paseo a Long Island.

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Mayolo López Gutiérrez

Mayolo López es un fotoperiodista radicado en la Ciudad de México. Puedes ver más de su trabajo en su sitio web, mayolopezgutierrez.com, o en Instagram en @fotomayo.

Edición de fotos por Virginia Lozano. Edición de texto por Estefania Mitre.

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Apple TV+ is free this weekend. Here's what we'd watch

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Apple TV+ is free this weekend. Here's what we'd watch

Anna Konkle in The Afterparty on Apple TV+

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Subscribing to every streaming service out there is not an option for most people. It just isn’t. They’re too expensive, there are too many, and it’s also just a lot of work to keep track of so many options and apps and interfaces. Some folks pick and choose, while some folks use the rotation method (service #1 for a few months to catch up, then service #2 for a few months to watch their stuff, and so forth).

Apple TV+ is free this weekend for anybody who has an Apple ID. It’s a service that has not taken off the way some people thought it might, despite having some successes — Ted Lasso in particular. I’m not here to tell you to pick this service over any other one, or to pay for it at all. But I am here to give you a little advice on what might be worth using this free weekend to catch, since they’re giving it away.

Some things (aside from Ted Lasso) have gotten a ton of good press already. Severance is a spooky, beautifully designed drama/sci-fi story about the drudgery of office life, and it’s starting again in a couple weeks, so now could be the perfect time to catch up. Pachinko is a really moving saga based on Min Jin Lee’s novel of the same name. My current favorite show, if I had to name one, is Shrinking, a very funny and often very emotionally rich story about a bunch of great characters, many of them therapists — it also features my favorite Harrison Ford performance in years and years and years. Bad Sisters, especially the first season, is a delicious and fabulously performed story of devoted siblings getting the better of a terrible, terrible husband.

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Other favorites of the TV critics I know: Dickinson, Slow Horses, For All Mankind, Silo, and this year’s Cate Blanchett drama Disclaimer. And they’ve got movies, too: Coda won best picture at the 2022 Oscars, after all.

But maybe you feel like “yes, yes, I’ve heard of all those things.” So let me spotlight a handful of other Apple offerings that haven’t gotten quite as much attention that you might enjoy.

  • The Afterparty: This series stars a murderer’s row of comic actors — in the first season it was folks like Sam Richardson, Ben Schwartz, John Early, Ike Barinholtz, Tiya Sircar and Ilana Glazer — in an actual murder mystery that takes place at a high school reunion. Every episode is done in a different genre (musical, action picture, rom-com). It’s a lot of fun, and if you enjoy comic mysteries as much as I do, it might be right up your alley. 

  • Platonic: I was a big fan of this show, starring Seth Rogen and Rose Byrne as best friends who reunite after a long time out of touch. It’s really funny, but it also has a nice feel for actual platonic friendships (it is not about whether they are going to kiss) and their complications. If you like your comedies to be proudly and brightly funny rather than heavy and high-concept, give it a shot. 
  • Sharper: This film is a thriller that I feel like absolutely nobody saw except me — but again, it was right up my alley. It’s a twisty story about New York scammers starring Julianne Moore, Sebastian Stan and Justice Smith. There are reversals and betrayals and ooh, it was kinda fun. 
  • Flora and Son: This movie is about a single mom, played by Eve Hewson, who takes guitar lessons remotely with a laid-back guy played by Joseph Gordon-Levitt. It was written and directed by John Carney, who made Once and Sing Street, so you are in good hands. He just has a way with big musical moments, and I really enjoyed where this one ended up. 
  • Boys State and Girls State: Boys State and Girls State are twin documentaries about leadership programs for high school students, and both are absorbing and sobering, particularly when seen side-by-side. 

This piece also appeared in NPR’s Pop Culture Happy Hour newsletter. Sign up for the newsletter so you don’t miss the next one, plus get weekly recommendations about what’s making us happy.

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Opinion: What I find in solitude and silence on the cliffs of Big Sur

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Opinion: What I find in solitude and silence on the cliffs of Big Sur

As a student, like many of us, I liked to read Henry David Thoreau. Many of his ringing one-liners thrilled me and got copied down in my commonplace book, but there was one sentence I hardly registered: “Every man is tasked to make his life, even in its details, worthy of the contemplation of his most elevated and critical hour.” In my early 20s, my life was all about action, movement, exploration: Contemplation was for the aged in their rocking chairs.

Within a few years, though, real life began to catch up with me: I’d completed my first four years in an office; I’d fallen in love with the woman I was going to marry; I’d been lucky enough to see much of the globe, from Cuba to Tibet. More dramatically, my house had burned to the ground in a wildfire, and I’d lost not only all my possessions, but also the handwritten notes that were the basis for my next three books. My future, in short, as much as my past.

After weeks of sleeping on the floor of a friend’s house, I made my way up (at another friend’s suggestion) to a Benedictine hermitage, four hours north along the California coast, just south of the hamlet of Lucia. I would try to forget that 15 years of Anglican schooling as a boy in England had left me most interested in traditions from the far side of the world. What I found at the top of the mountain, the minute I stepped out of my car, was a radiant view over the blue Pacific, freedom from all distraction (no TV, no cellphones, no internet) and a day that seemed to last for months. I could read, take walks, scribble off letters or, best of all, do nothing at all. The roar of the highway was far below, and for most of the day, even amid birdsong and tolling bells, the main sound was of living silence.

I’d stumbled, in short, into the realm of contemplation. I’ve never meditated, and as a writer on place, I was often in motion, crisscrossing the globe every week. But now I was invited just to sit and watch — not as I did when writing, but with no end in sight at all. And not to think, since my thoughts subsided as soon as I left clamor behind; just to attend. To observe the world, perhaps, as if it were the central scripture.

The results were quite startling. I was no longer angry with that friend I’d been raging against when I drove up; he, too, was probably just trying to find some peace in an overstressed life. Memories rose up — sometimes poignant, sometimes erotic and piercing — and they held and possessed me as they never could when I was driving along the freeway, preoccupied with my next appointment. Death itself didn’t seem quite so terrifying in a landscape of rock and redwood and unbroken ocean — and in a silence that seemed no less changeless. It was instant joy, in short, the kind that lingers even when things are difficult.

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I was being asked to offer just $30 a night, which covered hot lunches, hot showers, books and fruit and salad and bread, and the most heart-expanding views along the famously beautiful coastline I’d ever discovered.

It’s not surprising, perhaps, that very soon I reserved a trailer on the hillside for two weeks, and then three. The monks were great company and bracingly undogmatic; they were confident each of us would find what we needed here, whatever names we chose to give to it. I could drive down to a pay phone at the motel along the highway if an emergency arose — but emergencies are never so common as we imagine. Of course it was not easy to leave my mother or my wife-to-be behind, but it felt worthwhile if I could bring back to them someone who was fresh and attentive and brimming with delight, and not the distracted and overburdened soul they otherwise saw, grumbling, “Not right now!”

At the same time, I could never ignore that sentence in Thoreau, whom I was reading much more carefully now in silence: How to make my life worthy of what I saw and who I was — and wasn’t — in this space of contemplation? I wasn’t a monk and never would be. My mother was calling for company after her husband’s sudden death; my loved ones in Japan needed emotional as well as financial support; I had to pay the bills.

Maybe I could try to remake my life a little in the light of what I’d seen in silence? I surprised both my sweetheart and myself by moving to Japan and a tiny, two-room apartment, crowded with her, her 12-year-old son and her 10-year-old daughter; I’d realized, as Thoreau reminded me, that “a man is rich in proportion to the things he can afford to leave alone.” In this cramped space, I’d have the luxury of living without a car or a big house, free of constant distractions. I began to pick up some of the wise writers in the Western tradition — Meister Eckhart, Etty Hillesum — no longer convinced that Sufis or Buddhists owned a monopoly on wisdom. And I resolved to try to go on retreat for three days every season, simply to clear my head, root myself in what mattered and remember what I loved.

Plus, of course, to get perspective on the world and my life in it, none of which I could see in the midst of all the tumult. Some friends take runs every day, or swims, for the same reason; some cook or sew or golf. Almost any practice that allows you to open space in your day and your head seems invaluable, especially as the world accelerates, but it was a particular luxury to spend three days and nights with nothing I had to do. Even on holiday, I’m usually captive to my plans.

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As the years went on — there have been almost 34 of them now, and more than 100 retreats — the nature of my days in silence began to mature. Not only did silence bring those I cared about close to me — and clearer — than they might be when in the same room; it also turned the strangers along the monastery road into trusted friends. We were all here for a common purpose, and it wasn’t usually a text or a teacher or even a doctrine; it was simply a human longing (or intimation). I grew ever closer to the monks, a wildly talented and friendly collection of scholars, musicians, artists and chemists; I realized I had a connection with everyone met in silence — even if I knew next to nothing of their jobs or their backgrounds — that I seldom had with people met along a busy sidewalk.

I came to understand what Thoreau knew, like all contemplatives: The point of being alone is to be able to give more to others and to be a more useful member of society. “I am naturally no hermit,” he had written in “Walden”; “I think that I love society as much as most.” I didn’t tell anyone to go to my particular retreat, but I did sometimes remind friends that three days away from distraction could clarify their lives. Those who had spent time in silence weren’t surprised when I explained that it was being alone in the ringing quiet that moved me, at long last, and at the not-so-tender age of 42, to get married.

I never regret my life in the world, chronicling its movements and the explosion of possibilities our grandparents could not have imagined. But I hope never to stop returning to my friends in the Hermitage; at times I’ve even stayed with the monks in their Enclosure, there seeing that their lives are all hard work and constant activity to ensure that their guests can enjoy absolute peace. I can’t imagine a more important investment.

One day I was making my little trailer clean, polishing its every surface and wiping the sink down till it shone — as I seldom do at home — when I noticed something that stayed with me (no detail seems trivial in silence). I had to squeeze only a single drop of dishwashing liquid into my glass of water and the whole thing turned blue. It doesn’t take much to transform a life.

Pico Iyer is the author of “The Art of Stillness” and the forthcoming “Aflame: Learning From Silence.”

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Britt Allcroft, who brought Thomas the Tank Engine to television, dies at 81

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Britt Allcroft, who brought Thomas the Tank Engine to television, dies at 81

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Britt Allcroft, creator of the beloved Thomas the Tank Engine & Friends children’s TV series, has died.

The British-born producer died last week in Santa Monica, Calif., at 81.

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The death was confirmed by Brannon Carty, the creator of a documentary about Thomas fandom and a friend of the TV producer’s. No cause of death was given.

Thomas started out as a character in a series of books dating back to the 1940s by Rev. Wilbert Awdry, an English Anglican minister and train enthusiast. Awdry’s The Railway Series revolved around a cast of anthropomorphic trains, including Thomas and his friends Gordon, James and Percy, all chuffing along on the imaginary island of Sodor.

But Allcroft made Thomas an international sensation, starting in the mid-1980s with her TV adaptation narrated by Ringo Starr.

The series, which was later renamed Thomas & Friends, ran for more than three decades and featured other famous narrators such as George Carlin and Alec Baldwin. It has spawned TV spin-offs, movies, stage productions and a ton of merch.

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Television producer and director Britt Allcroft in 1973.

Television producer and director Britt Allcroft in 1973.

Express/Getty Images/Hulton Archive


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Express/Getty Images/Hulton Archive

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And the appeal goes beyond kids. The 2023 documentary An Unlikely Fandom is about grownups’ passion for the little blue locomotive.

Filmmaker Brannon Carty — a lifelong Thomas fan — said he got to know Allcroft in her final years.

“She was just an incredible woman who was still a child at heart,” Carty said in an interview with NPR. “But she was a businesswoman at the same time. So, she understood what children wanted, and also knew how to sell it.” 

Allcroft was born in 1943 in Worthing, a town on England’s south coast.

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Beyond Thomas, her 1990s animated series Magic Adventures of Mumfie, about a sweet little gray elephant and his friends, was a particular hit.

“I wanted to do something very different from Thomas that would be very magical and epic and hopefully have lots of music in it, and would, in the same way as Thomas, help give children love, and security, and inspiration, and comfort, and fun,” Allcroft told NPR in a 2013 interview.

Allcroft also said she aimed to create shows that gave children an antidote to hectic modern life.

“Children, they’re multidimensional,” she said. “And they still like that time where they can be with their stories, be with their characters, and feel that they’re not being pushed.”

Thomas the Tank Engine arrives for Thomas & Friends: A Day Out with Thomas Tour at Strasburg Rail Road Museum in September 2014 in Lancaster County, Pa. (Photo by Lisa Lake/Getty Images for HIT Entertainment)

Thomas the Tank Engine arrives for Thomas & Friends: A Day Out with Thomas Tour at Strasburg Rail Road Museum in September 2014 in Lancaster County, Pa.

Lisa Lake/Getty Images for HIT Entertainment

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Lisa Lake/Getty Images for HIT Entertainment

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