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En esta academia de lucha libre, las niñas sueñan con un futuro mejor

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Mientras el sol invernal asciende sobre una granja de mostaza, de un naranja pálido que se desvanecía en un amarillo intenso, una fila de 36 niñas, todas vestidas de la misma manera —camisetas, pantalones deportivos, cabello muy corto tipo militar—, salen a un campo abierto, frotándose los ojos, somnolientas. Debajo de un cobertizo de hojalata, se ponen en cuclillas, inclinadas sobre morteros de piedra. Durante los siguientes 20 minutos, trituran almendras crudas hasta obtener una pasta fina, colando una botella de leche de almendra. La necesitarán para recuperar fuerzas.


Fundada en 2017, Yudhveer Akhada es una academia residencial de lucha para niñas, dirigida por una familia de luchadores de competencia en Sonipat, una ciudad industrial semiurbana en Haryana, un estado en el norte de India fronterizo con Delhi. En la actualidad, alberga a 45 aprendices que suelen tener entre 10 y 15 años al llegar y se espera que se queden hasta los 20, sumándose a la floreciente comunidad de chicas que luchan. Todas las estudiantes que ingresan a la academia tienen el mismo objetivo: ganar una medalla olímpica para la India.


“En India estamos rodeados de historias de violencia contra las mujeres”, dijo Prarthna Singh, la fotógrafa de este reportaje. Sin embargo, el país también ha visto una creciente participación en los deportes femeninos, incluida la lucha. “Dentro de esos constructos patriarcales, tenemos estas academias donde las jóvenes se están haciendo un espacio como deportistas. Es inspirador ver cómo se entregan a la dedicación y el rigor que se necesita para convertirse en una”.


Después del calentamiento, su entrenamiento varía. Los días de cardio pueden traducirse en una carrera a campo traviesa o subir escaleras. Los días de deporte, juegan al balonmano o al baloncesto. Los días de fortalecimiento son los más exigentes de todos: las chicas deben arrastrar bloques de madera por el campo o trepar varios metros de cuerdas retorcidas.

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“Si no hubiéramos venido, nuestras vidas habrían sido muy diferentes”, dijo SIKSHA KHARB, una niña de 16 años de una familia de agricultores en Sonipat. Si no estuviera luchando, dijo, “habría dejado la escuela para casarme”.



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